martes, 8 de marzo de 2011

Una pequeña guerra nuclear podría invertir durante años el calentamiento global




De acuerdo con los expertos, es probable que después se extendieran las enfermedades y el hambre.

Durante la Guerra Fría se afirmó que las guerras nucleares entre superpotencias, como la que se temió durante años entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, podrían provocar un “invierno nuclear”.

 Así, el humo, el polvo y la ceniza que provocarían cientos de explosiones nucleares ocultarían el sol durante semanas entre peligrosos niveles de radiación. Gran parte de la humanidad moriría de hambre y enfermedades.

En la actualidad, con Estados Unidos como única superpotencia, el invierno nuclear es poco más que una pesadilla. Sin embargo, la guerra nuclear sigue siendo una amenaza muy real, por ejemplo, entre potencias que desarrollan armas nucleares, como India y Pakistán.

Para observar los efectos climatológicos que tendría una guerra nuclear, científicos de la NASA y otras instituciones han llevado a cabo una simulación de guerra con cientos de bombas del nivel de la de Hiroshima que contienen, cada una, el equivalente a 15.000 toneladas de TNT, el 0,03 por ciento del arsenal nuclear mundial actual.

Los investigadores afirmaron que las explosiones levantarían aproximadamente cinco millones de toneladas de carbón negro en la parte superior de la troposfera, la capa más baja de la atmósfera de la Tierra.

Según el estudio de la NASA, el carbón absorbería el calor del sol, como un globo de aire caliente, y después, a gran velocidad, ascendería todavía más. Pasaría mucho tiempo hasta que el hollín desapareciera del cielo.

 ¿Un freno al calentamiento global?

El enfriamiento global provocado por estas nubes de carbón no sería igual de catastrófico que un invierno nuclear entre superpotencias, pero “los efectos serían considerados como la causa de un cambio climático sin precedentes”, afirmó el investigador físico Luke Oman durante una reunión informativa para la prensa de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia en Washington.
En la actualidad, el planeta tiende al calentamiento global a largo plazo. Sin embargo, según los estudios, la temperatura media global bajaría 1,25 ºC a los dos o tres años después de una guerra nuclear regional.

En los trópicos, Europa, Asia y Alaska, las temperaturas bajarían entre 3 y 4 ºC. Según los investigadores, zonas del Ártico y del Antártico se calentarían un poco debido a los cambios de viento y de circulación de los océanos.
Diez años después, la temperatura media global seguiría siendo unos 0.5 ºC más baja que antes de la guerra nuclear.
 Años sin verano


La Tierra sería entonces, probablemente, un planeta más frío y asestado por el hambre.

 “Nuestro estudio afirma que la agricultura se vería seriamente afectada, especialmente en zonas propensas a las heladas al final de la primavera o comienzo del otoño”, explicó Oman, del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, en Greenbelt (Maryland).
“Podrían darse, y durar varios años, casos parecidos a las pérdidas de las cosechas y el hambre que siguieron a la erupción del volcán Tambora de 1815”, añadió. Este volcán indonesio provocó un año sin verano, hambre e intranquilidad.
 Estos cambios también alterarían la circulación atmosférica, reduciendo las precipitaciones en un 10 por ciento de uno a cuatro años, explicaron los científicos. Incluso después de siete años, la media global de precipitaciones sería un 5 por ciento más baja que antes del conflicto, según el estudio.
 Además, el investigador Michael Mills, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Colorado, descubrió una disminución de la capa de ozono, lo que provoca que las radiaciones ultravioletas alcancen la superficie de la Tierra y dañen el medio ambiente y la población.

 “El mensaje principal de nuestro estudio”, comentó Oman, “es que incluso una guerra nuclear regional tendría consecuencias globales”.

La lluvia ácida se origina cuando las gotas microscópicas de la atmósfera absorben contaminantes.


El concepto de lluvia ácida engloba cualquier forma de precipitación que presente elevadas concentraciones de ácido sulfúrico y nítrico. También puede mostrarse en forma de nieve, niebla y partículas de material seco que se posan sobre la Tierra.
La capa vegetal en descomposición y los volcanes en erupción liberan algunos químicos a la atmósfera que pueden originar lluvia ácida, pero la mayor parte de estas precipitaciones son el resultado de la acción humana. El mayor culpable de este fenómeno es la quema de combustibles fósiles procedentes de plantas de carbón generadoras de electricidad, las fábricas y los escapes de automóviles.
Cuando el ser humano quema combustibles fósiles, libera dióxido de azufre (SO2) y óxidos de nitrógeno (NOx) a la atmósfera. Estos gases químicos reaccionan con el agua, el oxígeno y otras sustancias para formar soluciones diluidas de ácido nítrico y sulfúrico. Los vientos propagan estas soluciones acídicas en la atmósfera a través de cientos de kilómetros. Cuando la lluvia ácida alcanza la Tierra, fluye a través de la superficie mezclada con el agua residual y entra en los acuíferos y suelos de cultivo.
La lluvia ácida tiene muchas consecuencias nocivas para el entorno, pero sin lugar a dudas, el efecto de mayor insidia lo tiene sobre los lagos, ríos, arroyos, pantanos y otros medios acuáticos. La lluvia ácida eleva el nivel acídico en los acuíferos, lo que posibilita la absorción de aluminio que se transfiere, a su vez, desde las tierras de labranza a los lagos y ríos. Esta combinación incrementa la toxicidad de las aguas para los cangrejos de río, mejillones, peces y otros animales acuáticos.
Algunas especies pueden tolerar las aguas acídicas mejor que otras. Sin embargo, en un ecosistema interconectado, lo que afecta a algunas especies, con el tiempo acaba afectando a muchas más a través de la cadena alimentaria, incluso a especies no acuáticas como los pájaros.
La lluvia ácida también contamina selvas y bosques, especialmente los situados a mayor altitud. Esta precipitación nociva roba los nutrientes esenciales del suelo a la vez que libera aluminio, lo que dificulta la absorción del agua por parte de los árboles. Los ácidos también dañan las agujas de las coníferas y las hojas de los árboles.
Los efectos de la lluvia ácida, en combinación con otros agentes agresivos para el medioambiente, reduce la resistencia de los árboles y plantas a las bajas temperaturas, la acción de insectos y las enfermedades. Los contaminantes también pueden inhibir la capacidad árborea de reproducirse. Algunas tierras tienen una mayor capacidad que otras para neutralizar los ácidos. En aquellas áreas en las que la «capacidad amortiguadora» del suelo es menor, los efectos nocivos de la lluvia ácida son significativamente mayores.
La única forma de luchar contra la lluvia ácida es reducir las emisiones de los contaminantes que la originan. Esto significa disminuir el consumo de combustibles fósiles. Muchos gobiernos han intentando frenar las emisiones mediante la limpieza de chimeneas industriales y la promoción de combustibles alternativos. Estos esfuerzos han obtenido resultados ambivalentes. Si pudiéramos detener la lluvia ácida hoy mismo, tendrían que transcurrir muchos años para que los terribles efectos que ésta genera desaparecieran.
El hombre puede prevenir la lluvia ácida mediante el ahorro de energía. Mientras menos electricidad se consuma en los hogares, menos químicos emitirán las centrales. Los automóviles también consumen ingentes cantidades de combustible fósil, por lo que los motoristas pueden reducir las emisiones nocivas al usar el transporte público, vehículos con alta ocupación, bicicletas o caminar siempre que sea posible.

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